top of page

Los soldados del arte

  • Andrés Felipe Pérez Tamayo
  • 8 nov 2015
  • 2 Min. de lectura

Y dicen que ésta bien. Que el silencio es fuente de sabiduría y que tan solo el necio tiene la vulgaridad de hablar… Que aprender en silencio es la clave para no incomodar a los demás, como sí el sonido de los conocimientos fuese acaso tan nefasto como el humo de cigarrillo.

Hay quienes gritan y rompen el silencio en nombre de la justicia y el amor, pero su eco resulta incómodo para quienes lo escuchan, no por la credibilidad de sus ingeniosas ideas, sino por la costumbre de sentir en cualquier sonido una insoportable perturbación para su espíritu.

Gran contradicción aquella de aprender a hablar en la infancia para callar en la adultez enmudeciendo la lírica de las palabras que son arte en sí mismas, y si bien es cierto que el silencio es un medio para alcanzar la paz interior, ésta solo cobra sentido si es la razón quien nos habla mientras nos damos el lujo de observar la naturaleza y la naturaleza de la mujer que recrean por si solas el encanto de la vida. La contemplación sería pues, la mayor expresión del silencio. Sin embargo, es sobre ésta que nos hemos empeñado a hablar de la manera más inconsciente y fugaz.

Destrozamos con nuestras funestas críticas a los poetas que echan raíces de la realidad. Matamos al músico, al pintor, al idealista, al estudiante y al enamorado. Los matamos porque a diferencia de nosotros, ellos si tienen algo que decir y los matamos porque no contemplamos el hecho de que alguien logre el éxito con su propio estilo y no como lo establece el decálogo del buen empresario. Nos agobia el hecho que sean precisamente ellos quienes rompan el silencio de los atroces actos que en el mundo se cometen y en silencio nosotros nos resignamos a la fatalidad de hacer nada.

Los que con esperanza alzan su voz no callan ante el miedo, ni la soledad o el desprecio. No se venden, no se engañan, no pactan sus principios por un insignificante puesto en la rentable burocracia. Su meta se construye en el camino y avanza con los pasos que solo la bondad puede dar. Austero en su convencimiento se encuentra a merced del mayor mercenario de la historia, la muerte. Pero con sudor frío y las piernas temblando, que son propias de la duda, se expone el artista ateniéndose a las consecuencias injustas de quien bien para la humanidad quiere. El cuadro profanador de realidad, la canción cruda que melodiosamente reclama a la perversidad del hombre, el escrito vetado de la iglesia que ahuyenta y libera a sus feligreses, la danza que mueve a los seres de la rudeza corporal y la carta de amor con la que un silenciado aprende a hablar.

Ellos, los héroes de primera fila que serán no menos recordados que los incipientes soldados que las guerras ponen cual si fuesen carne de cañón, seguirán luchando a su modo y con su estilo. La maldad conoce su propia cobardía y la carencia de silencio extingue su capacidad de acción. Por eso, el disparo de una bala, que en un solo hombre puede ser devastador, es tan solo un roce del viento cuando es la humanidad que no calla quién soporta el impacto.

 
 
 

Comentários


bottom of page